Cómo domino los impulsos - Psicología Malena Lede




La falta de control de los impulsos afecta gravemente la convivencia,  disminuye las oportunidades laborales y todas las relaciones.

Para vivir mejor, la templanza es el don que todos deberíamos desarrollar para lograr dominar los impulsos; porque es el descontrol el que provoca discordia.

Templanza es también lo que necesitamos cuando tenemos que enfrentar eventuales situaciones que se oponen a nuestras expectativas y nos frustran, y es la frustración la que genera violencia.

Todos estamos preparados para enfrentar experiencias difíciles, la clave es ser capaz de tomarse el tiempo suficiente para reflexionar  y no dejarse vencer por los impulsos.

La base de tener una conducta adecuada en cada situación que se presenta  es ser conscientes de lo que está pasando sólo en ese momento, sin revivir experiencias del pasado que son las que pueden perturbar la percepción de las circunstancias presentes.

La templanza es el arte de la moderación y la sobriedad;  significa controlar los deseos y subordinarlos a la razón en función al propio sistema de valores.

No se trata de ser cobarde y de renunciar a lo que se desea por temor sino de atreverse a ser lo suficientemente valiente para ganar la principal batalla que es la lucha con uno mismo. Además, la persona dominada por sus propias pasiones no es un ser libre, es esclavo de ellas.

Es necesario saber qué clase de vida se desea tener y qué estilo de vida se quiere elegir; imaginar cómo uno mismo quiere verse en el futuro, y ser capaz de comprometerse con una forma de ver el mundo que fortalezca los propios ideales y actuar en consecuencia.

La persona que se auto controla y logra desarrollar la templanza puede sentirse segura de que será respetada, su palabra será siempre bienvenida, generará confianza a su alrededor y nadie se atreverá a manipularla. Será capaz de no ceder al influjo de las necesidades creadas por la sociedad de consumo y tendrá pensamiento propio.

El primer paso para el control de impulsos es reconocer que no todos los deseos pueden ser satisfechos, darse cuenta que los sentidos engañan, que lo que parece imprescindible puede no ser necesario y que hay que aprender a ser flexible para poder cambiar de objetivo y adaptarse. 

El secreto es no vivir deseando lo que no se tiene, valorar más lo que sí se tiene, lo cotidiano, las cosas pequeñas, prestar más atención a lo que se hace y ser más agradecidos.

Malena Lede - Psicóloga