Vivimos rodeados de gente quejosa, de piquetes quejosos,
de noticieros quejosos, de libros de quejas llenos de clientes insatisfechos.
Abundan las quejas por servicios ineficientes, por tener que hacer
cola; por las calles rotas, por la
lluvia, por las inundaciones, por los cortes de luz, etc. La queja se ha instalado para quedarse y ya
forma parte del quehacer cotidiano.
Mientras nos mantengamos concentrados en todo lo que
nos falta, en lo que no funciona, no anda y no satisface nuestras expectativas,
sin darnos cuenta, la vida está pasando
a nuestro lado.
La queja nos mantiene malhumorados, irritados,
ansiosos y enojados; hace que ignoremos a los demás, que sembremos la discordia,
el descontento y el malestar general.
Sin querer, estamos creando una ola negativa que
alcanza proporciones gigantescas, alimentada por gente que se empeña en no apreciar
todo lo que tiene, porque está siempre
deseando otra cosa.
Hay poca gente agradecida, la mayoría exige,
demanda, condena y se desahoga criticando.
No saben que ser agradecido es la señal que el universo necesita para
abrir las puertas de la abundancia, para ayudarnos a recuperar la salud, a
ganar amigos, a salir de la depresión, a ser felices.
Acostumbrémonos a dar todos los días las gracias por
todo, por un nuevo amanecer, por poder levantarnos, por sentirnos bien, por
tener un trabajo, por sentirnos útiles, por poder ayudar, por tener una casa
para vivir y todo lo necesario, por poder ver, oír, hablar y caminar, por los
alimentos que podemos comprar y por el aire que respiramos. Gracias por tener a muchos para amar y alguien
que nos ame, gracias por ser libres y
por vivir en un país sin conflictos bélicos aunque esté lleno de descontentos y
holgazanes.
Dar las gracias nos pone de buen humor porque nos
permite recordar lo felices que somos y cuánto es lo que tenemos para agradecer
y en que no reparamos.
Malena Lede - Psicóloga
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